La imagen, completamente anatomizada a excepción de la región pélvica, que se halla cubierta con un escueto sudario tallado, mide 1,83 m., de altura. Está realizada en madera de cedro y su policromía ha sido ejecutada íntegramente mediante la técnica del óleo, evitándose así el uso de ojos de cristal, signo distintivo de este escultor quien tiene mayor predilección por pintarlos en su totalidad.
Iconográficamente, representa la escena correspondiente con la décima estación del Vía Crucis, aquella en la que una vez llegó Jesús al Gólgota, fue despojado de sus vestiduras para proceder a su crucifixión. Éste, con seguridad y aplomo, da un paso al frente inspirando una gran bocanada de aire, que expande su tórax mientras extiende sus brazos como signo de entrega ante su misión redentora.
Su tierna y trasparente mirada de hondo pesar, se dirige al espectador y al devoto, para testimoniar un infinito amor capaz de perdonar los padecimientos sufridos durante la Pasión. Padecimientos que se hacen evidentes a través de la proliferación de heridas, que contrastan con la contención psicológica presente en la expresión de su rostro. En su anatomía se observa cómo la fricción de la cruz durante el camino de la amargura ha desollado sus hombros; cómo la soga que le maniató, han amoratado sus muñecas o cómo la frente es perforada por las espinas de una corona ensangrentada que empapa sus cabellos. Los signos de la flagelación son evidentes a través de golpes producidos con varas y desgarros infringidos por el flagrum. Heridas éstas, que ya resecas desde la tortura, vuelven a emanar sangre después al volverse a desgarrar, al extraer con violencia las ropas adheridas a la piel. Dicha sangre, mezclada con sudor, desciende por toda su anatomía, desprendiéndose desde sus dedos y tiñendo de rojo el empedrado calizo sobre el que el Señor camina.
Pasaje Bíblico
Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota (que quiere decir «La Calavera»),le dieron a beber vino mezclado con hiel; él lo ,probó, pero no quiso beberlo. Después de crucificarlo, se repartieron su ropa echándola a suertes y luego se sentaron acustodiarlo.
Jesús es despojado de sus vestiduras. El vestido confiere al hombre una posición social; indica su lugar en la sociedad, le hace ser alguien. Ser desnudado en público significa que Jesús no es nadie, no es más que un marginado, despreciado por todos. El momento de despojarlo nos recuerda también la expulsión del paraíso: ha desaparecido en el hombre el esplendor de Dios y ahora se encuentra en mundo desnudo y al descubierto, y se avergüenza. Jesús asume una vez más la situación del hombre caído.
Jesús despojado nos recuerda que todos nosotros hemos perdido la «primera vestidura» y, por tanto, el esplendor de Dios. Al pie de la cruz los soldados echan a suerte sus míseras pertenencias, sus vestidos. Los evangelistas lo relatan con palabras tomadas del Salmo 21, 19 y nos indican así lo que Jesús dirá a los discípulos de Emaús: todo se cumplió «según las Escrituras». Nada es pura coincidencia, todo lo que sucede está dicho en la Palabra de Dios, confirmado por su designio divino.
El Señor experimenta todas las fases y grados de la perdición de los hombres, y cada uno de ellos, no obstante su amargura, son un paso de la redención: así devuelve él a casa la oveja perdida. Recordemos también que Juan precisa el objeto del sorteo: la túnica de Jesús, «tejida de una pieza de arriba abajo» (Jn 19, 23). Podemos considerarlo una referencia a la vestidura del sumo sacerdote, que era «de una sola pieza», sin costuras (Flavio Josefo, Ant. jud., III, 161). Éste, el Crucificado, es de hecho el verdadero sumo sacerdote.

Rafael Martín Hernández, escultor-imaginero
Rafael Martín Hernández es el autor de Jesús Despojado de sus Vestiduras terminó de ejecutarlo en su taller de Mairena del Aljarafe, Sevilla en noviembre del 2015. El 29 de octubre de 2016 , Rafael fue distinguido por nuestra Hermandad como «Hermano Honorífico» siendo el primer en recibirlo.